viernes, 30 de agosto de 2013

Un trepidante recorrido por las entrañas del consumismo y la hipermodernidad


En la era del vacío

Un trepidante recorrido por las entrañas  del consumismo y la hipermodernidad

 




“La sociedad ultramoderna no es unidimensional: se parece a un caos paradójico, a un desorden organizador”. (Gilles Lipovetsky)

Por: Tania Ortigoza Vázquez/Fotos especiales

A lo largo de la historia el hombre ha sentido una inexplicable necesidad por querer averiguar lo que el futuro le depara; una latente incertidumbre por descubrir el avenir de su rumbo. Se ha preocupado por su vida, pero también por la de las generaciones venideras. Sin embargo, con el paso de los años el hombre ha presentado cambios que dejarán su impronta  manera, de forma  permanente en él.
Poco a poco el hombre ha dejado a un lado esas preocupaciones, comenzando a vivir el presente y a preocuparse más por él que por cualquier otro ser que pudiera rodearlo. Es en ése momento en  que el hombre conoce la modernidad.
En su obra,  Lipovetsky nos lleva de la mano por un trepidante recorrido en las entrañas de la modernidad, nos explica detalladamente cómo la sociedad ha pasado de la modernidad a la hipermodernidad y cómo este cambio ha modificado los rasgos socioculturales de las masas alrededor del mundo.
La modernidad no es un fenómeno reciente. Comenzó por afectar a las antiquísimas burguesías y aristocracias del siglo XIX. Dicho siglo fue caracterizado precisamente por un apogeo de la filosofía y de la cientificidad, no en vano fue bautizado como el Siglo de las Luces.
Durante este periodo los individuos vieron en la modernidad una herramienta de distinción, una herramienta que les permitía diferenciarse de otros. En este marco Lipovetsky reconoce que “la moda es indisociable de la competencia clasista  entre una aristocracia deseosa de magnificencia y una burguesía ávida de imitarla”.
Pronto la modernidad comenzaría a tornarse exacerbada. Este nuevo periodo estaría caracterizado por un aumento desmedido en las producciones. Estamos frente a lo que Gilles Lipovetsky reconoce como posmodernidad.
Para Lipovetsky la posmodernidad representa el momento histórico en el que todas las trabas institucionales que obstaculizaban la emancipación individual desaparecen, dando lugar a la manifestación de deseos personales, la realización individual y la autoestima.
Para el año de 1950 la posmodernidad dejaría de ser exclusiva de las clases burguesas y aristócratas para extenderse a todos los estratos sociales. Aunado al posmodernismo, surge un nuevo tipo de hombre interesado en su bien común, hedonista, interesado en las novedades materiales, que busca la libertad a todo costa, un ser al que Lipovestky denomina Narciso, haciendo alusión al antiguo mito griego.
Paradójicamente esa búsqueda de la libertad, esa necesidad de diferencia, que pareciera favorecer a la autonomía, también estimula la dependencia.
Hoy, miles de jóvenes  buscan vestirse de una manera estrafalaria en un intento desesperado por ser “diferentes”, sin darse cuenta que lo único que hacen es seguir un estereotipo. Él y otros jóvenes van por el mundo, pareciendo haber sido sacados de un molde de yeso, creyendo ser “diferentes”.
En nuestra añejísima y dicotómica historia  de amor-odio con la modernidad hemos llegado a un punto en lo que buscamos ya no es la libertad a costa de lo que sea. Hemos llegado a un punto de añoranza extrema, un punto nostálgico en el que quisiéramos que el tiempo no avanzara más. Un punto en el que nuestra carrera alucinante por alcanzar al futuro, poco a poco comienza a ralentizar.
Este momento del que hablo, Lipovestky lo conoce como hipermodernismo. Las sociedades de hoy son sociedades ultra modernas caracterizadas por el hiperconsumismo y la hiperlujosidad.
El consumismo ha dejado de ser un instrumento clasista, va más allá. Gilles Lipovestky asienta que en esta nueva era el hombre hace uso del lujo sentimental. Este lujo es un lujo piscologizado que sustituye la primacía de la teatralidad social por la de las sensaciones íntimas.
En los tiempos hipermodernos en los que estamos viviendo, consumimos para llenar huecos emocionales muy profundos, somos adictos a la sensación que produce el consumir. Aquí, viene a mi mente un claro ejemplo: el padre exitoso en los negocios, sin tiempo, adicto al trabajo que pretende llenar los vacíos emocionales de sus hijos comprándoles los juguetes o gadgets de moda. En este marco, es común ver  niños de nueve o menos años con celulares de última generación o  a jóvenes de 15 con autos lujosísimos.
El autor reconoce a esta fase social como “La era del vacío”. Una era en la que nos hemos vuelto tan pobres que lo único que tenemos son pertenencias materiales. Una era caracterizada por lo superfluo, pero también por el miedo de no saber que hay más allá de nuestro consumismo exacerbado.
En esta era ha surgido un fenómeno, el de la memoria. Desesperadamente y con nostalgia tratamos de recordar “tiempos felices”, “tiempos mejores”. Aquí es en donde empieza la comercialización de la cultura, según Lipovestky.
Museos, teatros, cines, tratan de representar épocas del pasado, la nostalgia del público se ha convertido en oro molido para los inversionistas. En nuestro país la comercialización de la cultura es sumamente rentable. Hemos explotado todos los recursos: espectáculos prehispánicos, souvenirs, artesanías y un sin numero de artilugios que hacen referencia a nuestro descendencia indígena milenaria.
Sin darnos cuenta hemos llegado a un momento histórico donde lo “hiper” se encuentra por todas partes, estamos inmersos en un atmósfera de hiperconsumismo que, de no ser controlada, terminará por asfixiarnos lentamente.
Ha llegado el momento de cuestionarnos si queremos seguir con nuestra carrera desenfrenada en búsqueda de una modernidad que, desde hace mucho, ya nos sobrepasó o si queremos detenernos y retornar a una sociedad fuerte forjada en valores, solidaridad y amor.




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