En la era del vacío
Un trepidante recorrido por las entrañas del consumismo y la hipermodernidad
“La sociedad ultramoderna no es
unidimensional: se parece a un caos paradójico, a un desorden organizador”. (Gilles Lipovetsky)
Por:
Tania Ortigoza Vázquez/Fotos especiales
A lo
largo de la historia el hombre ha sentido una inexplicable necesidad por querer
averiguar lo que el futuro le depara; una latente incertidumbre por descubrir
el avenir de su rumbo. Se ha preocupado por su vida, pero también por la de las
generaciones venideras. Sin embargo, con el paso de los años el hombre ha presentado
cambios que dejarán su impronta manera,
de forma permanente en él.
Poco
a poco el hombre ha dejado a un lado esas preocupaciones, comenzando a vivir el
presente y a preocuparse más por él que por cualquier otro ser que pudiera
rodearlo. Es en ése momento en que el
hombre conoce la modernidad.
En
su obra, Lipovetsky nos lleva de la mano
por un trepidante recorrido en las entrañas de la modernidad, nos explica
detalladamente cómo la sociedad ha pasado de la modernidad a la hipermodernidad
y cómo este cambio ha modificado los rasgos socioculturales de las masas
alrededor del mundo.
La
modernidad no es un fenómeno reciente. Comenzó por afectar a las antiquísimas
burguesías y aristocracias del siglo XIX. Dicho siglo fue caracterizado
precisamente por un apogeo de la filosofía y de la cientificidad, no en vano
fue bautizado como el Siglo de las Luces.
Durante
este periodo los individuos vieron en la modernidad una herramienta de
distinción, una herramienta que les permitía diferenciarse de otros. En este
marco Lipovetsky reconoce que “la moda es indisociable de la competencia
clasista entre una aristocracia deseosa
de magnificencia y una burguesía ávida de imitarla”.
Pronto
la modernidad comenzaría a tornarse exacerbada. Este nuevo periodo estaría caracterizado
por un aumento desmedido en las producciones. Estamos frente a lo que Gilles
Lipovetsky reconoce como posmodernidad.
Para
Lipovetsky la posmodernidad representa el momento histórico en el que todas las
trabas institucionales que obstaculizaban la emancipación individual
desaparecen, dando lugar a la manifestación de deseos personales, la
realización individual y la autoestima.
Para
el año de 1950 la posmodernidad dejaría de ser exclusiva de las clases
burguesas y aristócratas para extenderse a todos los estratos sociales. Aunado
al posmodernismo, surge un nuevo tipo de hombre interesado en su bien común,
hedonista, interesado en las novedades materiales, que busca la libertad a todo
costa, un ser al que Lipovestky denomina Narciso, haciendo alusión al antiguo
mito griego.
Paradójicamente
esa búsqueda de la libertad, esa necesidad de diferencia, que pareciera favorecer
a la autonomía, también estimula la dependencia.
Hoy,
miles de jóvenes buscan vestirse de una
manera estrafalaria en un intento desesperado por ser “diferentes”, sin darse
cuenta que lo único que hacen es seguir un estereotipo. Él y otros jóvenes van
por el mundo, pareciendo haber sido sacados de un molde de yeso, creyendo ser
“diferentes”.
En
nuestra añejísima y dicotómica historia de amor-odio con la modernidad hemos llegado a
un punto en lo que buscamos ya no es la libertad a costa de lo que sea. Hemos
llegado a un punto de añoranza extrema, un punto nostálgico en el que
quisiéramos que el tiempo no avanzara más. Un punto en el que nuestra carrera
alucinante por alcanzar al futuro, poco a poco comienza a ralentizar.
Este
momento del que hablo, Lipovestky lo conoce como hipermodernismo. Las
sociedades de hoy son sociedades ultra modernas caracterizadas por el
hiperconsumismo y la hiperlujosidad.
El
consumismo ha dejado de ser un instrumento clasista, va más allá. Gilles
Lipovestky asienta que en esta nueva era el hombre hace uso del lujo
sentimental. Este lujo es un lujo piscologizado que sustituye la primacía de la
teatralidad social por la de las sensaciones íntimas.
En
los tiempos hipermodernos en los que estamos viviendo, consumimos para llenar
huecos emocionales muy profundos, somos adictos a la sensación que produce el
consumir. Aquí, viene a mi mente un claro ejemplo: el padre exitoso en los
negocios, sin tiempo, adicto al trabajo que pretende llenar los vacíos
emocionales de sus hijos comprándoles los juguetes o gadgets de moda. En este marco, es común ver niños de nueve o menos años con celulares de
última generación o a jóvenes de 15 con
autos lujosísimos.
El
autor reconoce a esta fase social como “La era del vacío”. Una era en la que
nos hemos vuelto tan pobres que lo único que tenemos son pertenencias
materiales. Una era caracterizada por lo superfluo, pero también por el miedo
de no saber que hay más allá de nuestro consumismo exacerbado.
En
esta era ha surgido un fenómeno, el de la memoria. Desesperadamente y con
nostalgia tratamos de recordar “tiempos felices”, “tiempos mejores”. Aquí es en
donde empieza la comercialización de la cultura, según Lipovestky.
Museos,
teatros, cines, tratan de representar épocas del pasado, la nostalgia del público
se ha convertido en oro molido para los inversionistas. En nuestro país la
comercialización de la cultura es sumamente rentable. Hemos explotado todos los
recursos: espectáculos prehispánicos, souvenirs,
artesanías y un sin numero de artilugios que hacen referencia a nuestro
descendencia indígena milenaria.
Sin
darnos cuenta hemos llegado a un momento histórico donde lo “hiper” se
encuentra por todas partes, estamos inmersos en un atmósfera de hiperconsumismo
que, de no ser controlada, terminará por asfixiarnos lentamente.
Ha
llegado el momento de cuestionarnos si queremos seguir con nuestra carrera
desenfrenada en búsqueda de una modernidad que, desde hace mucho, ya nos
sobrepasó o si queremos detenernos y retornar a una sociedad fuerte forjada en
valores, solidaridad y amor.
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