miércoles, 19 de septiembre de 2012

El libro de mi señor padre¡¡


19 Negro, 25 años después.


19 Negro


Por Antonio Rafael Ortigoza Aranda. Tomado del libro 19 Negro, 25 años después.

Las noticias del día eran las “normales” para la capital de una nación

depauperada por la crisis económica.

 

“En 21.6% se excedió el pago de intereses del Gobierno; es la

mayor desviación en la cuenta pública de 1984” … “Ya compramos más de

lo que vendemos en productos agropecuarios” … “Agua Prieta, bajo sitio

policíaco” . . . “Nuevo derrumbe en los precios del petróleo”….”Japón

invertirá en México siempre que lo dejen sacar sus ganancias” … “Estudia

el FMI reducir el crecimiento del III Mundo” …

Esa mentada deuda externa… ¡Ay, la corrupción!

Pero alguien muy importante había dicho por ahí: “No permitiremos que

el país se nos desbarate en las manos”…

Y el pueblo como que ya había perdido su capacidad de asombro y muchos,

eso que llaman fe…

 

México creo en ti,

como en el vértice de un juramento

tú hueles a tragedia, tierra mía.

y sin embargo ríes demasiado,

acaso porque sabes que la risa

es la envoltura de un dolor callado

 

La ciudad hacía lo menos dos horas que había despertado; amanecía igual

que el día anterior, claro y fresco.

“Cotización del dólar: Acapulco, 383 compra, 387 venta; Cancún, 380

compra, 385 venta”…

 

¿Y te acuerdas que hace diez años el dólar estaba a doce cincuenta?... ¡Qué poca!

El Metro “hervía” de gente… ¡No empujen!... ¡Dejen salir!

Obreros y obreras ya estaban en las factorías, los jóvenes ya en las escuelas

de educación superior, los niños rumbo a clases, los burócratas ¡ah!, los

burócratas, dormitaban aún o se acicalaban un poco para ir a “trabajar”…

Los hospitales atestados de recién nacidos, de madres pariendo, de enfermos

graves… Ese Hospital General, ese Hospital Juárez, ese Centro Médico

Nacional con sus miles de encamados y médicos y enfermeras y empleados.

 

Plaza de las Tres Culturas, Tlatelolco. . . Hace diecisiete años fue la

matanza de estudiantes; en trece días más, el aniversario.

Tlatelolco, edificio Nuevo León. . .Una gran manta de uno de los muros

del edificio con la leyenda: “Residentes del edificio Nuevo León, en

peligro por la irresponsabilidad de Fonahpo, exigimos al director general

solucione y den mantenimiento a los pilotes de control”. . .

 

--Viste el desfile de los militares el 16?

 

--Si; impresionaron con sus equipos, esos que utilizan para los casos de

desastre, ¿verdad?

 

--Y sus armas también. . . ¡Me sentí orgulloso de nuestro ejército!

“Está descartada la guerrilla en Guerrero, afirma Cervantes Delgado”.

 

México creo en ti,

porque escribes tu nombre con la X

que algo tiene de cruz y de calvario;

porque el águila brava de tu escudo

se divierte jugando a los “volados”

con la vida y, a veces, con la muerte.

 

“Hablará MM con Shevarnadze, Alan García, Shultz, Sarney y Barleta;

conversará también con Pérez de Cuéllar y Felipe González durante su

visita a Naciones Unidas la semana próxima”… “En la ONU, el Presidente

de la República abogará porque salga de su parálisis el movimiento de

países que promueven el desarrollo económico de las naciones que surgen:

Mario Moya Palencia, representante de México en Naciones Unidas”.

 

--¿Es el mismo Moya Palencia que iba a ser Presidente después de Luis

Echeverría?

 

--El mismísimo… ¡Lástima que no fue! Ya ves como nos dejó el desgobierno

de López Portillo… Corrupción y miseria.

 

Bastante normal era la mañana, a no ser por el poco smog del ambiente.

“Una atmósfera limpia prevaleció ayer durante varias horas en la capital,

que recuperó fugazmente el título de la región más transparente del aire”,

reseñaba, en primera página, el diario El Universal. El “raro” acontecimiento

de ese miércoles, parecía que se repetía el jueves: sol radiante y cielo azul.

Los jefes de información de los diarios, como todos los días, con mirada

inquisitorial recorrían “cabezas”, página a página, de los rotativos de la

competencia.

 

 

Y lo de siempre, la maldición por la nota perdida. Y luego la preocupación

por la información a lograr ese día para la edición del día siguiente.

“Fulanito, cubre sus “fuentes”; Menganito, hay que seguir la nota sobre la

investigación que. . .”

 

--¡Carajo!. . . Siempre lo mismo.

 

“Perenganito, atento al problema universitario en Chihuahua; todo parece

indicar que el gobernador Ornelas Kuchle pedirá licencia. . .”

 

El jefe de información decide “echarle un ojo” a los programas informativos

de la mañana en el televisor de la redacción.

 

Son las 7:00 horas; en el canal 2 de la caja electrónica idiotizante,

aparecen los rostros amables, suavizados por la cirugía plástica, de las

colaboradoras y colaboradores del periodista Guillermo Ochoa, quien en

esos momentos no había llegado al estudio televisivo. Hablan e informan

de cosas intrascendentes. Noticias ya “quemadas” desde un día anterior y

algunas nuevas que valen nada.

 

En el canal oficial 13, el panorama es similar. Los locutores se dedican a

hablar sobre el inminente viaje del Presidente Miguel de la Madrid a la

sede de la Organización de Naciones Unidas.

 

7:10 horas. El televisor es sintonizado de nueva cuenta en el canal 2.

Aparece un reportero-científico que lee el boletín del tiempo y suele hacer

ante el auditorio interesantes experimentos electrónicos.

 

Todo es normal en la gran ciudad. Los lecheros entregan el producto de

casa en casa en las colonias “popof”; los policías de crucero ya empiezan

a extorsionar a uno que otro automovilista; en los hoteles la mayoría de

huéspedes duerme, otros se bañan.

 

Las estaciones del Metro, en especial la Pino Suárez, están a reventar.

Con toda la delicadeza del caso, policías uniformados, con largos garrotes

empujan a la gente dentro de los atestados vagones para que puedan cerrar

las puertas.

 

7:18… ¡Se hace tarde!... Hay que llevar rápido al niño a la escuela. El

pequeño mordisquea desganado el pan que le ofrece la madre y apenas si

sorbe unos tragos de la leche Conasupo, comprada con sacrificio. Calles

y avenidas están pobladas de niños uniformados con sus útiles escolares

colgando a sus espaldas.

 

7:19… 60, 59, 58, 57, 56, 55, 54, 53, 52, 52, 50, 49, 48, 47, 46, 45, 44, 43,

42, 41, 40 , 4…¡Está temblando!

“No pasa nada… Tranquilícense”, dice la locutora y periodista Lourdes

Guerrero. Su nerviosa voz sale de las bocinas de los televisores. Algunos

se atreven a seguir con los ojos fijos en la caja idiotizante, otros optan por

la reacción lógica: escapar.

“Va a pasar pron…” se corta la corriente eléctrica. La frase de la locutora

queda a la mitad. La sacudida es tremenda, el dantesco zumbido del

terremoto es magnificado por los gritos de hombres, mujeres y niños. En

fracción de segundos las calles de toda la ciudad se pueblan de gente,

muchos individuos están en paños menores o desnudos.

 

--¡Dios mío, para esto!

 

---Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre…

 

--¡Ya está parando!... ¡No!, ¡no!... ¡Cobró más fuerza!... ¡Sálvanos, Dios

mío!...

 

El zumbido aumenta de volumen y luego, de pronto, como si la ciudad

fuera un gigantesco barco, da un bandazo y en medio de horrísono

estruendo, decenas de edificios caen, los vehículos automotores invaden

las banquetas, muchos quedan sepultados junto con sus ocupantes bajo

toneladas de concreto pulverizado.

 

En los edificios altos, aún en pie, los gritos son más fuertes…Confusión,

pánico inaudito.

 

--¡Salgamos de aquí!... ¡Esto se cae!

 

--¡No hay elevadores! ¡Usen las escaleras con mucha precaución!

 

Muchos ruedan por las escaleras de los tambaleantes edificios. Otros son

aplastados a pisotones y otros más mueren destrozados al derrumbarse las

escaleras, únicas vías de escape.

Treinta, cincuenta segundos. . .Un minuto, sigue la furia del sismo. . .Un

minuto más.

 

--¡Ya paró!... ¡Ya paró! ¡Dios de mi vida, por qué nos castigas así!

En las colonias Obrera y Roma, de entre los escombros de sus casas,

enloquecidas madres salieron en busca de los hijos a los que instantes

antes habían enviado a la escuela.

 

Muchos corrían por las calles como animalitos asustados; otros, llenos de

tierra y sangre, se arrastraban gimiendo y unos más, muchos, yacían bajo

toneladas de piedra, tierra y varillas metálicas.

Concreto en las calles revuelto con cabellos, masa encefálica, piernas,

brazos y sangre, mucha sangre de transeúntes y viajeros de autobuses

urbanos y autos en general. Enormes edificios llenos de gente caídos sobre

gente y vehículos llenos de gente.

 

--¿Qué más pasó?... ¿Qué más pasó?

 

--¡No hay electricidad!... ¡Un radio de pilas!. . .

 

---¿¿¿¡¡Quién tiene un radio de pilas!!??

 

Miles de esos aparatos, tanto portátiles, como los de automóvil, captaron

la “señal” de diversas estaciones. Una de ellas es Radio Fórmula la que

transmitía el programa Batas, pijamas y pantuflas, dirigido por el periodista

Sergio Rod y Gustavo Armando Calderón, El Conde Calderón, ganador

hace años del Premio Nacional de Periodismo.

 

Ambos, micrófono en mano trataban de infundir calma a su auditorio.

Eran ya las 7:30: “No salgan corriendo a la calle, ni traten de bajar por los

elevadores”. . De pronto, la “señal” se fue, en medio de fuerte estática.

 

El edificio de Radio Fórmula se había derrumbado. El Conde Calderón y Sergio

Rod, salieron disparados por una de las ventanas del inmueble para morir

estrellados contra el pavimento de la calle. Gustavo Calderón hijo y Pedro Ferríz

Decón lograron librarse del derrumbe, aunque bastante lastimados, no así otros

trabajadores de esa empresa radiofónica que quedaron sepultados en vida.

“El mal físico no es castigo de Dios. Afirmar que una catástrofe natural es

castigo de Dios es una declaración arriesgada y presuntuosa. ¿Qué ser humano

puede conocer la mente de Dios?: Víctor M. Pérez Valero, teólogo.

 

La de Radio Fórmula fue una de las pocas radiodifusoras dañadas por el

sismo. Las indemnes, en el momento mismo del fenómeno empezaron

a transmitir los pormenores de la tragedia por medio de los reportes del

público y de la información recabada por sus reporteros.

Como en tiempos de guerra, la radio se develó como el más efectivo medio

de enlace social y de información.

 

Al tiempo que una gigantesca nube de humo y polvo oscurecía el cielo

citadino, el ulular de las sirenas de ambulancias, patrullas y vehículos del

ejército, imprimían mayor dramatismo al cruento suceso.

 

--¡Hay miles de muertos y cientos de edificios derrumbados!

 

--¡Miles de enfermos, médicos y enfermeras murieron al desmoronarse

los hospitales del gobierno!

Las agencias noticiosas internacionales se convirtieron en auténticos

manicomios. ¡No hay forma de transmitir al extranjero!. . . ¡Se cayó la

torre de comunicaciones y la central telefónica de larga distancia!

 

Pasan los minutos, las horas más largas y trágicas de la historia mexicana.

Los edificios siguen derrumbándose y estallan los incendios en distintas

zonas de la ciudad; sin embargo, poco después se restablece el servicio de

electricidad. Hay imagen ya en los canales 7 y 13 de la televisión oficial. La

capital y la nación se enteran a medias de los alcances del brutal terremoto,

porque la desinformación, la confusión, son inmensas.

 

El edificio central del monopolio de la televisión privada Televisa había

quedado como si hubiera sido bombardeado; por lo menos cien personas

yacían bajo toneladas de concreto. Milagrosamente salvaban la vida casi

todos los que intervenían en el noticiario de las 7:00 horas, menos dos, el

jefe de redacción del programa Hoy Mismo, Ernesto Villanueva y un joven

reportero, Félix Sordo. El director Guillermo Ochoa que no arribaba aún al

programa y otros locutores que lograron salir antes del derrumbe salvaron

la vida, también las locutoras Lourdes Guerrero y María Victoria Llamas,

que se libraron de morir aplastadas refugiándose bajo un escritorio.

Bastante tarde, la imagen del canal 2 del monopolio televisivo privado,

es transmitida por el canal 9. Dirige el noticiario el periodista Jacobo

Zabludovsky. Entre sus primeras palabras, se escucharon estas: “Los

estadios de futbol están intactos; habrá Mundial México 86”.

 

--¿A quién carajos le interesa en esos momentos el Mundial de Futbol?...

¡El colmo del mercantilismo futbolero!

 

Las redacciones de los diarios se habían convertido también en manicomios.

Los jefes de información, convertidos en auténticos mariscales, dirigían la

estrategia informativa.

 

Fotógrafos y redactores recorrían la zona de desastre. El ejército y la

policía cercaban las áreas más dañadas.

 

--¡Alto!. . .¡Nadie puede pasar!

 

--¡Somos periodistas, tenemos que cumplir con nuestro trabajo.

 

Nada ocurre; los diaristas no pasan. Surge la desesperación y el enojo; pero

ninguna ira de periodista podrá contra la razón de la culata o el tolete.

Y de pronto, en medio de tanta pena y sinrazón, surge límpida, brillante,

la intervención de miles de jóvenes que toman por asalto los sectores

destruidos de la ciudad. Son los voluntarios, que, atendiendo la voz del

corazón, acuden al llamado de auxilio de sus hermanos en desgracia.

 

El empuje del voluntariado juvenil es impresionante. Ya nadie los detiene.

Sus vigorosas manos son marro, pala, barreta, zapapico.

 

--¡Herramientas, por favor!... ¡Necesitamos herramientas!

 

Los gritos de hombres, mujeres y niños, surgen de entre los montones

de escombros. Para llegar a ellos los jóvenes voluntarios utilizan el puro

espíritu y ayudados, muchas veces, con un trozo de tubo o de varilla,

provenientes del mismo desastre.

--¡Aguanten!... ¡Vamos por ustedes!

 

Los sobrevivientes sepultados se ahogan con el polvo, con el humo, con el

gas que se escapa amenazante de las tuberías rotas.

 

---¡No fumen!. . .¡No prendan fósforos ni sopletes!

 

Del hotel Regis uno de los de mayor tradición en la zona centro de la

Ciudad de México, arrasado por la furia del sismo se logran rescatar del

vetusto edificio a unos cuantos atrapados, de las decenas que permanecen

bajo gigantescas placas de piedra y concreto.

Y de pronto se desata el fuego. Ya nada se puede hacer y las furiosas

flamas acallan, poco a poco, los agónicos llamados de auxilio. Muchos

lloran ante la tragedia.

 

Otro grupo de voluntarios, codo a codo con rescatistas profesionales,

miembros del ejército, de la armada, del cuerpo de bomberos, atacan otros

frentes. Pero son demasiados; cientos, miles de construcciones destruidas,

desde rascacielos hasta casas pequeñas.

 

La gran ciudad estaba herida de muerte.

Y los hospitales oficiales. . . Ese Centro Médico, ese Hospital Juárez, ese

Hospital General. ¡Todos están semiderruidos, y los muertos suman miles!

El drama de los hospitales es mayor. Entre las 7:00 y las 7:30 horas, ocurría el

cambio de guardia en cada uno de ellos; había en esos momentos el doble de

médicos y enfermeras. Pocos salvaron la vida, lo mismo que los enfermos.

Tirados en la calle yacían los enfermos sobrevivientes. Lloraban de terror

las parturientas, los fracturados, los enfermos en general, rescatados de la

muerte por los pocos médicos y enfermeras sobrevivientes.

 

Bajo los escombros los ayes de espanto y dolor, atronaban el espacio. Más bajo,

se oía el llanto de los recién nacidos, tal vez mutilados, tal vez agonizando.

La conmoción en el sector público, es tremenda. Nadie del aparato burocrático

mexicano con facultades ejecutivas, atinaba a hacer algo. El procurador de

Justicia de la República, Sergio García Ramírez, al observar algunos edificios

derruidos exclamó: “No tengo palabras para describir tanta tragedia”.

 

El terremoto había bloqueado a la ciudad. Los funcionarios no podían

llegar a sus oficinas, salvo algunos pocos, pues el ejército y la policía

habían ya cerrado los accesos al centro de la capital en donde se localiza la

inmensa mayoría de los edificios públicos.

 

Pero había un personaje de la administración pública que, en su opinión,

tenía un “panorama general de la situación”. Se trataba de Guillermo Carrillo

Arena, secretario (ministro) de Desarrollo Urbano y Ecología, cuyo despacho

(la antesala) ya estaba abarrotado por diputados y miembros de sociedades y

colegios de ingenieros y arquitectos de la República, cuando él llegó a trabajar.

Carrillo Arena recibió a todos, pero no dio crédito a sus “alarmantes”

informes. Les dijo: “Es satisfactorio informar, no obstante que a ustedes

les va a causar extrañeza, que lo único que está dañado seriamente son los

teléfonos; por desgracia la estación Victoria y la repetidora de microondas

telefónicas, no podemos decir cuántas semanas tardarán en restablecerse.

De ahí en fuera, presas, ninguna se reventó; puentes, ninguno se cayó; el

agua potable está garantizada. . . La verdad es que el desastre es de edificios

caídos, no hay damnificados en las calles”, pero advirtió a sus interlocutores

que ese tipo de información era de carácter interno, pues se trataba de “no

estar recordando en cada tránsito un desastre” (Semanario Proceso).

 

“Acabando de ocurrir el temblor del 19 de septiembre, todo volvió a la

normalidad; inmediatamente se restablecieron la ineptitud, la corrupción,

la brutalidad” (Nikito Nipongo, Perlas Japonesas, EXCELSIOR).

 

Llega la tarde y aparecen las “extras” de los diarios capitalinos:

“¡OH DIOS!”, “TERREMOTO”, “CATASTROFE”, etcétera, son los

encabezados, pero la desinformación sigue:

“Datos técnicos del sismológico de Tacubaya: Oficialmente el Sismológico

de Tacubaya informó que el temblor se registró a las 7 horas con 19 minutos

en una escala de 6.8 grados Richter. El epicentro fue localizado a 16.5 grados

latitud norte y 103.0 latitud oeste a 350 kilómetros al suroeste de Acapulco,

costas de Michoacán y Guerrero. AQUÍ EN LA CIUDAD DE MÉXICO, EL

TEMBLOR SE SINTIO CON UNA INTENSIDAD DE 8 GRADOS EN LA

ESCALA DE MERCALLI Y TUVO UNA DURACIÓN DE 5 MINUTOS

Y CON MENOR INTENSIDAD 2” (OVACIONES 19-IX-85)

 

--¿Quién fue aquel que dijo: En el arca abierta el justo peca?... ¡Malditos

malnacidos!. . .

 

--¿Qué esperas?... ¡Quítale el reloj a ese muerto y el collar a esa muerta!

¿Qué esperas?

 

--¡Tú también apúrate!...En ese buró roto hay dólares y muchos billetes grandes…

¡Mira! Allí está una muñeca fina… ¡Pásamela para llevársela a mi hija!

En algún sitio de desastre, una ráfaga de ametralladora silencia para siempre los

diálogos de algunos buitres humanos. Otros son hechos prisioneros por soldados

y policías, pero varios de ellos traicionan su misión y también roban.

 

“Recorre el Presidente Amplia Zona destruida”.-. “Desesperación

e Impotencia en un horrible despertar.- La muerte sembró el terror;

como castillitos de arena se derrumbaron.- Nadie acudió a sus gritos”.-

“Suspensión de clases en la UNAM y la SEP”.- “Pánico en el Metro”.-

“Trabajan al máximo los Hospitales y Sanatorios”.- “Decenas de edificios

dañados”.- “Surgió la rapiña: el Ejército vigila”. (Primera plana de la

edición vespertina de OVACIONES 19-IX-85)